Reportaje La ola del surf en Canarias Eva Rancho La Provincia 30 Julio 2015.pdf
El libro La historia del surf en España: De Magallanes a los años 80 sube al lector a una ola trepidante hacia los orígenes de esta disciplina deportiva, nacida en el XIX en la Polinesia y adoptada por Estados Unidos. Gran Canaria, una de las cunas en España, recibió en 1968 la influencia directa yanqui.
La ola histórica del surf en Canarias
El profesor Daniel Esparza publica el primer estudio académico en Europa sobre los orígenes
Eva Rancho
LA PROVINCIA / LAS PALMAS DE GRAN CANARIA, 30 Julio 2015
¿Están preparados? En las próximas dos páginas nos subiremos a la ola histórica del surf en Canarias y en el resto de España, pasaremos por el tubo de acontecimientos, fechas clave y anécdotas de este deporte nacido en la Polinesia en el siglo XIX y adoptado por Estados Unidos. Pero sobre todo nos mantendremos sobre la cresta de esa influencia norteamericana que arribó en 1968 a Gran Canaria, una de las cunas de nacimiento del surf en España. En la Isla su práctica surgió gracias al contacto directo entre foráneos que recalaban en las zonas capitalinas del Confital y la Cícer y la población local, a diferencia de los pioneros de Cantabria y País Vasco, influenciados por revistas yanquis del sector o por el cine.
Agárrense a su tabla y déjense llevar en esta aventura de la mano de Daniel Esparza, profesor de Historia de la Universidad de Olomouc (República Checa). Es tanta la pasión que siente por esta actividad deportiva este oriundo de Málaga, pero hijo, sobrino, y nieto de grancanarios, que hace una década decidió sumergirse en los orígenes del surf, pero apenas encontró material bibliográfico. Fue entonces cuando recorrió medio país en busca de testimonios, telegramas, fotografías y documentos.
El Club de Surf Canarias
Este historiador “canario-andalusí” de 39 años, como él mismo se define, se topó con un gran volumen de material gráfico y escrito, que quedó plasmado en las páginas de La historia del surf en España: De Magallanes a los años 80. No se trata de cuatro locos subidos a una ola, sino del primer libro académico en Europa que examina en detalle la historia de esta actividad milenaria en el país, más allá de Hawaii y de Estados Unidos: desde su génesis en el norte de España, la fabricación de las tablas, los primeros clubes y campeonatos, la primera industria, hasta la acogida de la prensa y la sociedad, vigilados por la dictadura franquista.
Según asegura Esparza, hasta ahora han visto la luz varias memorias de grupos fundacionales en el mar Cantábrico, pero no un estudio académico como éste, respaldado por la Universidad de Olomouc. El periplo de investigación de Esparza parte de Málaga y Las Palmas de Gran Canaria. De todo el Archipiélago, Gran Canaria es la pionera, desde el Confital hasta la Cícer, con fecha desconocida de comienzo del surf, pero el académico malagueño la data en 1968. José Codorniú y Vicente Girona están considerados como los precursores de Canarias, inspirados por los surferos que cogían olas en las aguas capitalinas. “Son jóvenes, van a la playa, y de repente ven a unos extranjeros que están haciendo surf, y se preguntan ‘¿y eso que es?’ Les dejan las tablas y cuando se van, se las compran o los mismos extranjeros se las regalan”, explica Esparza.
Este deporte va atrayendo cada vez a más entusiastas y a principios de los años 70 se consolida en Gran Canaria un grupo de unos 40 miembros, en su mayoría adolescentes, que fundan la primera asociación del Archipiélago, el Club de Surf Canarias, en la calle Guanarteme en 1973. Entre los integrantes figuran Manolo Ribero, alias Jim Clark, Octavio Suárez, Máximo Sosa, Masito, Juan Ignacio Barreto, Miguel Ángel Ortega, Pepe Caballero, Jesús y Elio Sierra y José Carlos Urrestarazu, entre otros.
El caso de Canarias fue excepcional. Una década atrás el surf ya había irrumpido en el norte de España, no de manera directa de los propios extranjeros en plena playa, como sucedió en el Archipiélago, sino por la revista Colecciones, que traducía al español los reportajes más destacados de la publicación estadounidense Popular Mechanics (Mecánica Popular), o por el cine, que reflejaba la explosión del surf en los 60 en Estados Unidos, con Elvis Presley (en Blue Hawaii), Nancy Sinatra y Frankie Avalon.
Casi al unísono y sin tener conocimiento unos de otros, aparecen los primeros aficionados en diferentes núcleos: en Asturias en 1963, cuando Félix Cueto se fabrica su propia tabla; un año más tarde, en Guipúzcoa, con Iñaki Arteche, y en Vizcaya, con José Luis Elejoste, que compra una tabla en Francia; en Santander (Cantabria) en 1965, Jesús Fiochi hace lo mismo, cruza la frontera con el país galo, donde el surf había surgido una década antes.
Mientras tanto, en el sur de la Península, también crecen los brotes surferos en Cádiz, por el año 1964, y en Málaga, pionera del Mediterráneo, en 1970 de la mano de Pepe Almoguera, que se fabrica su tabla.
El OK del franquismo
Una vez que todos estos apasionados del surf disgregados se conocen entre sí, gente con alto poder adquisitivo en Zarauz (Guipúzcoa) establece la primera estructura federativa, la Sección Nacional de Surf (SNS) en 1969, permitida por la Dictadura en Madrid. Todo lo que llevara el sello norteamericano no caía en gracia de Franco, pero no prohibió la práctica del surf.
“No va contra el régimen, pero es un movimiento que trae modernidad a España, una forma de vida diferente, por una parte, americanización y naturalización, por vivir en la naturaleza y tener que viajar”, apunta el historiador malagueño.
Aquellos que practicaban este deporte tenían que aprender inglés para comunicarse con los extranjeros, para leer los magacines que traían, y recibían información de cómo se vivía al otro lado del Atlántico: moda, paisajes, mentalidad. “Abrió la mente a los jóvenes del sector deportivo del surf, donde encontraron realmente la libertad y modernidad”, señala Esparza.
Los surferos pioneros del norte de España, como los cántabros Jesús Fiochi y Zalo Campa, y los vascos Raúl Dourdil e Iñigo Letamendia, pasaron largas temporadas en El Confital, la Cícer y en el Lloret de la capital grancanaria, porque podían coger olas en invierno sin trajes de neopreno.
Los primeros campeonatos de España se celebran en 1969. La primera delegación grancanaria participa en 1973, año en el que se funda el Club de Surf Canarias en Guanarteme. Hasta entonces, la hegemonía recaía en los representantes de Cantabria y País Vasco, pero a partir de mediados de los 70, los canarios arrasaban en las competiciones nacionales. No encontraban rival, incluso en las frías aguas del Norte. El primer gran campeón isleño de España es Masito en 1976, un adolescente natural de la Cícer, que repetiría éxito en Cantabria cuatro años más tarde. En 1978 otro grancanario, Juan Ignacio Barreto, subió a lo más alto del podio.
Como no existía industria de esta disciplina deportiva, en el caso de Canarias en su mayoría los aficionados compraban el material a los visitantes norteamericanos, hasta que descubrieron cómo se elaboraba y comenzaron a fabricarlo en la capital grancanaria a principios de la década de los 70.
Los isleños ‘Masito’ y Barreto se proclaman campeones de España en Cantabria en los 70
Franco detestaba el surf, pero amparó la primera federación, la Sección Nacional
“Los foráneos vienen de Marruecos y de Cádiz a bordo de barcos porque se ha corrido la voz de que Canarias es el Hawaii del Atlántico. Era barato, todavía era un puerto franco, hacía buen tiempo y había unas olas increíbles”, comenta Esparza.
Gran Canaria también era un reclamo para los llamados shapers, fabricantes extranjeros de tablas, que se afincaban en la Isla y enseñaban el oficio a los locales. La primera tienda especializada en Las Palmas de Gran Canaria abre sus puertas a finales de los 70, y la pionera en todo el territorio nacional se establece en 1976 en Zarauz, bajo el nombre de Surfistas reunidos, que echó el cierre a los seis meses, tras sufrir el robo de la totalidad del material.
De acuerdo con Esparza, en aquella época el coste medio de una tabla de surf nueva estaba entre 5.000 y 10.000 pesetas. La gente que no se lo podía permitir abría las tablas rotas de los extranjeros para ver el contenido, una espuma (foam) con la que fabricaban una nueva, con resina encima. Por desconocimiento, las primeras tablas estaban hechas de corcho.